INTRODUCCIÓN
Desde la perspectiva ontológica, no podemos dejar de preguntarnos por las distinciones poderosas que nos permiten actuar en el mundo con una mayor capacidad de influencia. Siempre podemos estar distinguiendo cosas nuevas, ideas, enfoques y estrategias de acción. Nuestra percepción es siempre parcial e incompleta, por lo que como observadores limitados que somos, podemos encontrar mejores maneras de explicar el acontecer humano y su impacto en el desarrollo de las personas y en sus relaciones con los demás.
Además, cuando enfrentamos situaciones que no podemos resolver, particularmente cuando éstas son recurrentes y parecen insolubles, al menos con las capacidades y distinciones con las que contamos en ese momento, podemos preguntarnos por nuevas distinciones y enfoques que nos ayuden a enfrentar de manera más eficaz el reto que nos ocupa. Y dentro de las mucha formas en las que podemos distinguir, está aquella que nos permite hacerlo en pares, en contrarios, en límites. Por ejemplo, cuando decimos “blanco y negro”, “hombre y mujer”, “indagar y proponer”, “amar y odiar”, etc. La característica principal de esta manera de distinguir, es que una de ellas no contiene a la otra, la excluye y por eso mismo, es posible encontrar matices entre los dos extremos, pero de entrada ya tenemos dos partes que no se confunden, y por lo tanto, podemos hablar y reflexionar sobre cada una de ellas de manera independiente.
Aunque desde luego, siendo límites de una misma cosa o concepto, en algún momento se conectan entre sí, marcando un territorio donde podemos reflexionar sobre ese tema. Así, podemos tener foco y fondo. Enfocarnos en dos aspectos contrarios de un mismo tema, pero profundizar en sus diferencias y en sus similitudes. Esta es una excelente forma de dar continuidad al análisis de los temas que nos interesan, pero sobre todo, generar reflexiones interesantes sobre los conceptos, las acciones y los resultados. En este proceso, encontramos algunos casos curiosos, donde puede darse la situación de que algunos pares de conceptos lleguen a confundirse uno con el otro. Su significado original era contrario o complementario, pero el lenguaje común los ha convertido incluso en sinónimos, aunque existen entre ellos diferencias que vale la pena retomar. Tal es el caso de las palabras, “cambio” y “transformación”, que para muchas personas pueden sonar como similares, o una de ellas contener a la otra, pero que contienen significados muy diferentes, sobre todo en el terreno de lo humano.
La idea de crear nuevas distinciones o cuestionar las que ya conocemos, nos conecta con el interminable proceso de crear conocimiento, solamente que hacerlo así, conlleva conocimiento útil, aplicable y práctico, que nos permite observar las situaciones desde perspectivas distintas, pero sobre todo, ejercita nuestra capacidad de reflexión sobre los eventos cotidianos. Así, el conocimiento circunstancial, el que surge por los hechos vividos y repetidos, y que sólo se aplica en esos casos, se convierte en un conocimiento abstracto, que puede aplicarse a muchas otras situaciones, incluso que no hayan ocurrido y que pueden ser creadas a partir de que las distinguimos en el lenguaje. Tal es el caso del “Cambio vs. Transformación”, dos términos para designar fenómenos emparentados, pero con características muy distintas. Entender estas diferencias nos dará mayor poder para intervenir en nuestros propios procesos de cambio, en los de los demás y por supuesto también en los cambios en los sistemas de los que formamos parte.
DOS SITUACIONES BÁSICAS
Mucho se ha escrito sobre la evolución y modificación de las cosas y las personas. Es en buena medida el punto de partida de reflexiones relacionadas con la idea de que, aunque los procesos de cambio existen –son evidentes-, puede haber algo que no cambie, que permanezca inalterable y que dé identidad a las entidades. Un gato cambia a lo largo del tiempo, pero sigue siendo un gato, una ciudad crece o se deteriora o se moderniza, pero sigue siendo la ciudad que conocimos hace algunos años, porque algo en ella la identifica como tal. Incluso las personas cambiamos, pero a veces, al encontrarnos a una persona que no veíamos desde hace mucho tiempo, podemos reconocerla, saber de quién se trata, y exclamar “¡sigues igualito!” o bien “¡cómo has cambiado!” dependiendo de la impresión que nos cause volvernos a encontrar, de lo que suponemos esa persona quiera escuchar en ese momento o de las emociones presentes en ese encuentro, aunque no siempre nuestra expresión coincida con lo que estamos pensando o sintiendo.
Si observamos con más detenimiento este fenómeno, podríamos pensar que hay al menos dos situaciones: una de ellas, donde nuestra impresión es que, aunque las cosas o las personas han cambiado, no lo han hecho tanto, parece un cambio superficial, cosmético, diríamos que han cambiado sólo por fuera, aunque su esencia continúe siendo la misma. En esto pareciera que, aunque –hablando de personas- vemos comportamientos diferentes, tenemos la sensación que en cualquier momento volverá a ser como antes, que no hay un cambio definitivo y que lo que era, sigue vivo, latente y puede volver a aparecer en cualquier momento.
En cambio, hay otras situaciones donde nos parece que aquella persona que tenemos frente a nosotros, ya no es la misma de antes, cambió radicalmente, algo en ella se transformó, se volvió diferente y lo que era antes parece que desapareció, que definitivamente ya no está y, además, que no vemos la manera de que vuelva a ser igual. Por supuesto muchas veces esta impresión es para bien o para mal, dependiendo de quién lo observe y qué intereses tenga al respecto. Y en este caso, nuestra conclusión es que ya no se trata sólo de comportamientos o de aspectos visibles. Algo dentro de la estructura de valores y creencias internos de esa persona cambió, el cambio fue profundo, fue en el espacio de intimidad personal y se refleja de muy distintas maneras hacia el exterior. Igual podemos decir que observamos comportamientos distintos, pero al parecer son más sólidos, más consolidados, más fuertes. Son dos situaciones distintas, que vale la pena distinguir y separar, que parecen ser parte de lo mismo, pero con características muy diferentes.
Y así como hablamos de personas, también podemos hablar de relaciones, ya sean personales, laborales, de negocios, en el trabajo, en la familia o con la pareja. Las personas evolucionamos y con nosotros, también nuestras relaciones; no somos estáticos, el problema es que muy pocas veces tenemos control o al menos conciencia de estos cambios, y nos suceden de tal manera que los resultados nos sorprenden, no nos damos cuenta del proceso de cambio y de repente la situación ya no es como antes. Siendo así, pareciera que todo depende del azar, de la suerte o de factores externos sobre los que tenemos relativamente poco control. Y no es que mi propuesta sea que lleguemos a controlar estos procesos, me parece que en esencia son incontrolables, tanto por lo extenso que son, como por lo complejo, pero al menos tener una idea de lo que ocurre, de sus posibles causas y de lo que al final producirán, nos ayudará a influir de manera más positiva en las personas y en las relaciones más significativas en nuestra vida, y por qué no, hasta para mostrarles a otros ese camino para cuidar aquello que nos resulta más valioso.
UN PRIMER PASO
Empecemos por separar y nombrar. A ese primer proceso, donde nuestra percepción es que los cambios son superficiales, poco profundos y efímeros, le llamaremos cambio. Al segundo proceso donde la impresión es que ha habido un cambio profundo, íntimo, duradero e irreversible, le llamaremos transformación ¿El segundo contiene al primero? Diría que sí, que incluso las transformaciones profundas empiezan con un cambio pequeño, con una acción inicial tímida que pareciera que va a desaparecer en cualquier momento. Pero no es la única modalidad para producir una transformación. A veces ocurre de una sola vez, de golpe. Las personas o las relaciones se modifican drásticamente, ya sea por una decisión personal o por un hecho externo que las afecta, de tal manera que ya no vuelven a ser las mismas.
Ahora pensemos en cómo se inician y cuál es origen. Igualmente podemos identificar dos formas, una voluntaria y consciente y la otra natural y no consciente. La primera obedece a un acto de voluntad, de querer cambiar, de ser distinto o de vivir una relación diferente. Tiene una intención y con frecuencia un objetivo identificado y, además, las personas expresan su deseo de cambiar. La segunda, por el contrario, no tiene una intención expresada, se da como parte de un proceso natural en la vida. Por ambos caminos podemos llegar ya sea a un cambio o a una transformación. Entonces tenemos dos procesos con dos variables. El cambio y la transformación por un lado, y la voluntad o la inercia de la vida por el otro. Ya tenemos al menos dos objetivos y dos caminos para cada uno de ellos, ¿qué es lo que sigue en este primer paso?, construir una matriz para relacionarlos y encontrar similitudes y diferencias en cada uno de los campos identificados.
Quedaría algo así:
Analicemos brevemente cada una de ellas:
1. DEVENIR: Es el transcurso normal de las cosas, las personas, las relaciones y los sistemas vamos cambiando a través del tiempo sin darnos cuenta y sin dar tampoco una dirección a ese cambio. Tiene que ver con el envejecimiento y el desgaste propio de todo organismo y de los elementos que lo constituyen, además del surgimiento de nuevos aspectos, tanto internos como externos que presionan en dirección de un cambio inevitable. En todos los casos existe un poco o un mucho de este tipo de combinación, cambio involuntario. No todos los cambios que ocurren en nosotros y en nuestro alrededor se pueden controlar o dirigir, sería imposible, pero tampoco podemos permitir que la totalidad de los cambios sean al azar, o al menos sin una intención de nuestra parte. Además, considero que la mayoría de los cambios que ocurren en este sector son invisibles, al menos en su proceso, no así en sus resultados, los cuales, en determinado momento, son más que evidentes para uno mismo y para los demás. En virtud de que el devenir no es diseñado, sus posibles caminos son innumerables y están sujetos a incidentes que influyen de manera sistémica en el proceso y en el resultado. Sin embargo, me atrevo a decir que, dentro de ese aparente caos, existen ciertas reglas que, si las identificamos, estaremos en condiciones al menos de crear una idea de su posible final, y entonces seguir con este devenir o tratar de modificarlo, incluyendo al menos un poco de diseño y planeación.
En todo caso la decisión de qué aspectos de nuestra vida y nuestras relaciones sean involuntarias, debería ser voluntaria y consciente. Aceptar que tratar de tener el control y la dirección de todos nuestros movimientos, puede ser muy complejo, cansado e incluso poco deseable, en función, sobre todo, de los recursos y tiempo que demanda; como alguna vez me dijo una persona sabia: algunas cosas en tu vida, tienes que dejárselas a Dios.
2. CRISIS: en este cuadrante colocamos las transformaciones involuntarias, aquellos procesos profundos que modifican de raíz a las personas y sus sistemas, de tal manera que queda clausurada totalmente la posibilidad de regresar a ser como antes. Le llamo Crisis, pero no solamente en el sentido negativo, que por supuesto lo tiene; pero no es el único, sino por lo intempestivo que puede ser, el nivel de esfuerzo que requiere, y sobre todo por el resultado que provocará, que en términos generales es impredecible. La cantidad de energía involucrada en estos procesos y el gran número de variables que participan, hacen imposible pensar en darle alguna dirección a los eventos y lo más que uno puede hacer, al menos en los momentos iniciales, es dejarse llevar por la ola, procurando no ahogarse, pero sin presentar demasiada resistencia. ¿Cuáles son los ejemplos que podemos dar al respecto?
Un despido laboral, la muerte intempestiva de un ser querido, una decepción sentimental, una enfermedad, una gran oportunidad en los negocios, el traslado a un nuevo lugar de residencia, un ascenso inesperado, sacarse la lotería y tener de repente mucho dinero, etc. Son solamente algunos de los ejemplos de eventos que tienen el potencial de generarnos crisis y producir una transformación importante, sin que necesariamente haya sido una decisión tomada con toda la conciencia y responsabilidad del mundo. Pero al final ya estamos ahí, no hay vuelta hacia atrás y el único camino posible es hacia adelante. Lo difícil es darnos cuenta que es un camino no sólo desconocido, sino amenazante, incierto y confuso, con muchos peligros, al menos en nuestra mente y esto hace que la actitud preponderante sea la defensa, el ocultamiento y la disposición a defendernos de todo aquello que parezca ser una amenaza, aún cuando en estricto sentido no lo sea. Y si a esto agregamos un sentimiento de inseguridad y falta de confianza en uno mismo, no es extraño que las oportunidades y beneficios de estas crisis nos pasen desapercibidos y no los podamos aprovechar.Simplemente no los vemos.
Y es que la actitud apropiada para estas situaciones debería ser otra; claro, es fácil decirlo desde aquí, pero al menos intentémoslo. El miedo, la confusión y la desconfianza no se pueden evitar, pero tratemos de darles un enfoque útil. El miedo nos debe hacer prudentes, calculadores y reservados, y no sumisos ni indiferentes, mucho menos cerrados a las posibles oportunidades que se vayan presentando. Una de las habilidades mas importantes en estas situaciones es La Escucha, en todo su significado. Antes de emprender acciones, debemos tomarnos el tiempo para escuchar, analizar y reflexionar sobre lo que está pasando y sobre lo que interpretamos de lo que está ocurriendo. De aquí saldrán nuestras acciones y nuestros resultados.
El manejo adecuado de las crisis es todo un tema, que al entenderlo, permitirá obtener el mayor provecho de aquellas situaciones no esperadas, siendo lo fundamental no actuar de manera intempestiva e imprudente, porque las acciones inmediatas deben estar orientadas a controlar los daños y evitar que sigan avanzando aunque la solución definitiva se ponga en marcha después.
3. EVOLUCIÓN: Seguimos hablando de Transformación, pero ahora de manera voluntaria e incluso planeada. Como ya hemos señalado, implica un cambio profundo en la persona, sobre todo en la manera de observar e interpretar al mundo y una de las características más interesantes de estos procesos, es que a pesar de que se planeen y se tenga el control de algunas variables, el resultado sigue siendo impredecible, tanto para el que lo experimenta como para el que atestigua. Esto de manera natural genera miedo (que está presente en los dos tipos de transformación, la voluntaria y la que no lo es) e incertidumbre. La diferencia es que, en este caso, estamos mejor preparados para hacerle frente, armados al menos, con la convicción de al final obtendremos algo positivo.
Otro aspecto que la identifica es el nivel de dificultad. Por supuesto que es mayor que cualquier cambio que intentemos, y me atrevo a decir que las personas, en lo que podemos calificar como una vida normal, experimentamos 1 ó máximo 2 de estas transformaciones en nuestra vida, quiero decir las que son voluntarias. Y es que su origen principal, está en la insatisfacción que sentimos a veces con nosotros mismos, con nuestro entorno, con nuestros resultados o con nuestras relaciones. Pero eso no es suficiente, porque es relativamente fácil acomodarnos a lo que tenemos, aunque no nos tenga totalmente satisfechos, necesitamos además el valor para enfrentarlo, para rebelarnos y aceptar que la solución principal está en nuestras manos, emprendiendo un camino que desde el inicio se percibe intimidante. Los obstáculos serán muchos y constantes. Por eso el proceso toma tiempo y en el camino muchos ceden, se conforman con algunos cambios y con pequeños beneficios. La comodidad de lo anterior, de lo ya conocido, ejerce en ellos una atracción irresistible y la transformación se queda a medias.
Los ejemplos pueden ser: cambios radicales de profesión o de actividad básica en la vida, el deseo de vivir experiencias emocionales o espirituales trascendentes y por supuesto sus consecuencias en el tiempo, la simplificación de una vida desordenada con el efecto en la personalidad de quien lo hace, la maternidad o paternidad plenamente asumida o incluso el trastocar una vida demasiado ordenada y predecible en aventuras constantes que generen aprendizajes significativos. Estos y muchos otros ejemplos similares, llevan a las personas a considerar con mucha firmeza, la necesidad de transformarse ellas y su vida, en algo totalmente diferente y nuevo.
Por lo anterior, las transformaciones no tienen objetivos claros, los cambios sí los tienen, en lugar de ellos existen aspiraciones, deseos, motivaciones que sólo se van convirtiendo en objetivos concretos conforme nos acercamos a lo que nos gusta y nos atrae. Entonces sí fijamos imágenes o estados emocionales de lo que nos gustaría, pero antes de ello, podemos decir que avanzamos en la sombra, impulsados solamente por el convencimiento de que no queremos regresar al lugar del que partimos, y que por muy malo que sea lo que nos espere adelante, no será peor que lo que estamos dejando atrás. Esa es la motivación fundamental para las transformaciones voluntarias.
Existe al respecto una línea que, si la rebasamos, sabemos intuitivamente que ya no hay regreso, que hemos quemado las naves y que el regreso a lo anterior es ya imposible. En un primer momento, experimentamos una sensación de pavor al darnos cuenta del nivel al cual hemos llegado, es el momento crucial de la transformación porque entendemos que hemos ido demasiado lejos, que las opciones se han reducido a una sola, la que señala hacia adelante y esto es muy liberador. Ya no tenemos decisiones que tomar, solamente seguir luchando por lo que aspiramos.
4. MEJORA: Es el estado natural del ser humano, en constante cambio voluntario, con dirección y propósitos; muchos de ellos son pequeños, cosméticos y superficiales mientras que otros con cierto nivel de profundidad. El riesgo consiste en que para muchas personas estos cambios parecen ser suficientes y no consideran la posibilidad de transformaciones profundas. Seguramente cuando decimos que el cambio genera temor a lo desconocido, nos referimos más a las transformaciones que a los cambios. Porque a veces estos pequeños cambios, producen una sensación de satisfacción engañosa y perjudicial. Cambiamos de coche, de ropa, de lugar de trabajo, de puesto, conocemos personas distintas, asistimos a eventos a los que normalmente no íbamos, etc. y si nos damos cuenta en estas actividades, somos principalmente espectadores, tal vez incluso testigos más o menos activos, pero nunca protagonistas. Asumir el rol principal de la historia, es entrar en el terreno de la transformación.
Los cambios tienen objetivos, o al menos así debería ser. No pensamos en cambiar si no tenemos idea de hacia dónde nos dirigimos, y esto lo hace más estable y con cierto nivel de seguridad, lo que disminuye el temor y la ansiedad. Y dado que los objetivos tienen la característica de ser temporales, entonces los cambios son cortos, tienen una duración ya conocida en la cual se siente su efecto, y después termina, pasamos otra vez a la comodidad que nos proporciona conocer lo ya nuevo, con el consiguiente sentimiento de logro y crecimiento, a veces no tan justificado. Y a esperar la siguiente sensación de necesidad de cambiar para repetir este proceso.
Pero en fin, el cambio nos atrae, nos gusta experimentarlo, pero siempre y cuando sea controlado, no demasiado amenazante y con plena seguridad de hacia dónde nos dirigimos, y paradójicamente, uno de los más peligrosos engaños en que las personas podemos estar inmersos, es pensar que crecemos porque cambiamos, en el sentido en que estoy utilizando el término, que no es otra cosa que moverse de un estado a otro pero dentro de un mismo nivel, es como ir de una habitación a otra, pero dentro de la misma casa, o de una casa a otra, pero dentro de una misma colonia. Los límites siempre existen, pero ampliarlos a lo que es verdaderamente diferente, es lo que establece la diferencia entre un cambio y una transformación.
Establecimos ya una diferencia central entre el cambio y la transformación; vayamos ahora al terreno individual y analicemos qué puede motivar a uno u otro. Me parece que en relación al cambio nos une una especie de dilema, esa contradicción propia de la atracción a lo que tememos, a lo que nos asusta. Evitamos cambiar, pero no lo podemos evitar. Recuerdo una reflexión que hace algunos años hacía respecto al aprendizaje. Lo definía como “un cambio en la conducta”; por lo tanto, si decimos que cuando aprendemos cambiamos, entonces todo el tiempo estamos aprendiendo, dado que todo el tiempo estamos cambiando. El cambio es un proceso natural, inevitable y con una dirección, en ocasiones propiciada por el propio individuo, y otras veces –las más- por la propia naturaleza humana. Esto no quiere decir y me parece oportuno señalarlo, que yo piense que la naturaleza tiene un fin en sí misma. Sus procesos individuales sí creo que los tenga, pero la naturaleza como una fuerza única, no me atrevo a señalarlo.
Bajo este enfoque, una opción válida es que tomemos el control de los cambios en los cuales podemos influir, ya sea en su propósito, ritmo, alcance o duración; y en los que no pueda ser así, porque dependen de fuerzas que están fuera de nuestro control, los vivamos, los experimentemos y obtengamos el mayor beneficio posible de ellos, léase, aprendizaje. Es en los primeros donde tenemos mayor posibilidad de influir, y por lo tanto, me parece que una buena parte del temor a los cambios radica en los segundos, en la conciencia de que existen situaciones que van a ocurrir inevitablemente, como la vejez, el deterioro de nuestras facultades físicas y mentales, los cambios en el entorno que nos afectarán, el alejamiento de nuestros seres queridos, el surgimiento de personas más capaces que nosotros, etc.
Sobre este tema permítanme platicarles algo. Hace algunas semanas, una persona me comentó que está embarazada y que tendrá a su beba a mediados de este año (2016). Estaba muy feliz y entusiasmada con esta noticia y con el giro que dará su vida y la de su pareja. Esto me llevó a pensar que esa niña, que nace este año, para el año 2050 tendrá 34 años de edad, es decir, estará en la mejor etapa de la vida, al menos desde el punto de vista biológico. Pero me parece que, en este momento, en el aquí y ahora, nadie tiene la menor idea de cómo será el mundo en el año 2050. Los cambios, supongo, serán trascendentales, drásticos y con modificaciones radicales en la forma de vida de las personas. ¿Cómo nos preparamos para ello? Es una pregunta muy compleja, incluso de entender, ya no digamos de responder. ¿Cómo nos preparamos para algo que no conocemos, que no tenemos la más mínima idea de qué y cómo será? Me parece que es posible, pero requiere marcos de pensamiento y reflexión de los cuales carecemos por ahora. La sola suposición de que el mundo va a cambiar con nosotros o sin nosotros, debería constituirse por sí misma, en la fuerza suficiente para esforzarnos por cambiar en la dirección correcta.
Este es un punto central. La primera actividad que debemos realizar para empezar a prepararnos para ese tipo de cambios, es flexibilizar nuestra forma de experimentar (pensar y sentir) nuestro mundo, nuestras relaciones y nosotros mismos. Y este es un cambio interno, que está, al menos así lo pensamos, en buena medida bajo nuestro control. Sin este primer paso, cualquier otro cambio que emprendamos, estará sujeto al azar, a las decisiones e intereses de otros y probablemente al fracaso en función de intereses legítimos de la persona que lo <<<experimenta. Y aunque es un lugar común decir que los cambios empiezan dentro de uno mismo, es la mejor forma de crear las condiciones que permitan llevar el proceso de cambio a buen término. A partir de lo dicho, empezamos a experimentar algunos eventos como señales evidentes de que debemos generar cambios que en situaciones normales se perciben como necesarios y, por lo tanto, llevaderos, con la consecuencia inevitable del conformismo y la comodidad dañina. Analicemos algunos:
Pensemos es los sentimientos de insatisfacción, ya sea el trabajo, en la familia, en el nivel social, en la situación económica o en muchos otros factores similares. Una primera reacción cuando nos hacemos conscientes de esta sensación, es regresar a lo que producía esa satisfacción, sólo que tal vez ya no sea posible, y si hacemos eso, estaremos utilizando mucha energía y tiempo tratando de regresar el tiempo hacia lo satisfactorio. Esto, en un sentido estricto, no significa cambiar, más bien es una reacción directa contra el cambio. La insatisfacción se puede interpretar como una señal de que lo que nos hacía sentir bien, ya se fue, se acabó, se agotó y no regresará. Tratar de regresar ahí no sólo es inútil, sino peligroso. El camino es hacia adelante, para construir una situación diferente, que nos proporcione un sentido de satisfacción diferente del que teníamos con anterioridad. A propósito, no utilizo los términos ni mejor ni peor, no lo sabemos. Me viene la mente una frase que leí en facebook donde una chica le envía un mensaje, supongo a su ex pareja donde le dice: Con nadie volveré a vivir una relación como la que tuve contigo... ni siquiera contigo. Y me parece una frase llena de sentido común y de sabiduría práctica. Las cosas no volverán a ser como antes, ni lo pienses ni lo busques, puedes encontrarte con una gran frustración en el camino si lo intentas, mejor avanza para construir algo diferente. Es decir, la insatisfacción, puede ser un gran aliciente para cambiar, siempre y cuando no luchemos para regresar a lo que teníamos antes.
Otro factor que nos impulsa a cambiar, es sin duda el miedo. Hemos dicho que en ocasiones es mas bien un obstáculo para ello, pero nuevamente, si aprendemos a observarlo desde una perspectiva distinta, su efecto puede ser positivo. ¿De dónde viene el miedo? Puede haber factores externos, bien identificados y concretos, que no admiten discusión, como la agresión de otras personas, un clima amenazante que incluya condiciones atmosféricas inadecuadas para la vida humana, la posibilidad de contraer una enfermedad por estar en un ambiente contaminado, ruidos extraños y desconocidos en la noche, etc. Es un miedo objetivo y lógico, que en principio se debe evitar y actuar para ponerse a salvo, pero después de ello, vendrán las actividades necesarias para prever esas amenazas, evitar que se vuelvan a presentar y entonces estaremos pensando en ya no acudir a ciertos lugares o relacionarnos con personas que son amenazantes, cambiar de lugar de residencia o bien modificar algunas condiciones de nuestra vivienda para estar más protegidos. En este caso, estamos modificando nuestro ambiente, y sostengo que estos cambios externos, con el paso del tiempo, producirán también cambios en las personas.
Pero analicemos ahora los otros miedos, los que no tienen una razón objetiva, los que son producto de nuestras inseguridades, de la baja auto-estima o de muchos otros factores subjetivos; estamos hablando, a manera de ejemplo, del miedo al fracaso, al error, a equivocarse, a ser señalado y criticado por otros, etc. Son miedos que tienen su origen en nuestro pasado, en la interpretación que hemos hechos de nuestras experiencias o de otros a los que hemos conocido y que, aunque para la persona que lo experimenta son perfectamente válidos, en realidad se convierten en grandes obstáculos para el crecimiento y desarrollo. El primer paso en estos casos, es sin duda eliminar el miedo original, el básico, que es el miedo al miedo. Ese sentimiento que nos lleva a pensar que tener miedo, es malo, es de cobardes o es una debilidad inaceptable en nuestra persona. Contrario a lo anterior, propongo que el primer paso en ese proceso interno de prepararse para el cambio, es no sólo aceptar el miedo, sino hacerse amigo de él, conocerlo, comprenderlo, analizarlo y quererlo. Es la mejor manera de convertirlo en un aliado.
Aceptar mis miedos, me coloca en la posición de ya no luchar en su contra y tratar de vencerlo y eliminarlo, sino de utilizarlo positivamente y en mi beneficio. El valor no es la ausencia de miedo, sino el actuar con inteligencia a pesar de tener miedo, y demostrarme a mí mismo, que soy más grande y más fuerte que todos ellos juntos. Cuando entendemos la irracionalidad de ciertos temores no los eliminamos, simplemente porque no lo podemos hacer, están ahí y punto, pero nos damos cuenta que no tienen una razón para existir, y si el deseo de cambio sigue presente, la misma energía que utilizamos para resistirnos y para evitar situaciones donde corramos riesgos, ahora está disponible para realizar actividades que nos demuestren a nosotros y a los demás, que a pesar de sentir miedo, podemos vencerlo y crecer a partir del uso positivo de esa energía.
Consideremos ahora otra posible causa de cambio: la comodidad, la estabilidad, el confort y la seguridad de tener todo o casi todo, bajo control. Si lo pensamos a fondo, estar en una situación donde prevalezcan algunos de los factores mencionados, debería ser un incentivo para NO cambiar, para tratar de conservar el status y no moverse de ahí, al final estamos cómodos. Pero una actitud así frente a la estabilidad, es el preludio de la caída, del declive y de la muerte.
Debemos aprender a estar incómodos en la comodidad y cómodos en la incomodidad. La interpretación de que la comodidad y la estabilidad son peligrosas, es la mejor prevención que podemos tener frente a los cambios que ocurren a nuestro alrededor.
La tendencia hacia la comodidad y el ocio me hace recordar una novela de ciencia ficción del austriaco Herbert W. Franke titulada “La caja de las orquídeas” (1961) que cuenta el descubrimiento, por parte de unos exploradores estelares, de un planeta en el que florecía una civilización mecánica. Intrigados por el destino de los creadores de ese pueblo de máquinas, los viajeros acaban por descubrir, en algún sótano planetario, un montón de cajitas que contienen tejidos neuronales que asemejan orquídeas, suspendidos en líquido amniótico y se dan cuenta, con horror, que son los remanentes atrofiados de los cerebros que idearon aquella civilización:
arropados entre tanto automatismo, los ingenieros de aquel sitio se fueron reduciendo hasta convertirse en amasijos de células exclusivamente dedicados a sentir placer. Es posible que Franke haya tenido en mente, al concebir la novela, una macabra broma etimológica, habida cuenta que el origen griego de orquídea, orchis, significa testículo (a veces, los seudobulbos de la planta recuerdan las partes del animal) y que la reducción de aquellos seres imaginarios a su condición final haya sido una moraleja justiciera por su infinita flojera.
Sea como sea, la idea no deja de ser terrible. La estabilidad debería ser una etapa, no un objetivo. Aspiramos a períodos de estabilidad en nuestra relación de pareja, en nuestro trabajo y en muchas otras cosas, pero en algún momento esa estabilidad se debe terminar y dar paso a momentos de confusión, de cambio y de movimiento. Es el único camino para el crecimiento, para avanzar hacia estados de mayor insatisfacción, temor y comodidad. Sólo así mantenemos permanentemente la tendencia al cambio. Parece paradójico, pero espero no haber dado en ningún momento la idea de que estos tres factores son indeseables, al contrario, como algunas de las cosas buenas de la vida, tienen también su lado insoportable, pero es necesario que permanezcan presentes. Parece un sinsentido, pero si lo analizamos un poco más a fondo, nos damos cuenta que tiene su lógica, y muy poderosa. No podemos eliminar las fuerzas que nos impulsan a cambiar, como los que hemos mencionado aquí, la insatisfacción, el miedo y la comodidad. Deben estar presentes para que también continúe el deseo de cambiar, de comportarnos diferentes, de experimentar lo que hasta la fecha no hemos vivido. Sólo manteniendo a los villanos, tiene sentido la existencia de los héroes.
QUÉ NOS IMPULSA A LA TRANSFORMACIÓN
Ya propusimos que el cambio y la transformación son radicalmente diferentes. Aunque tienen raíces comunes, en el camino toman direcciones muy diferentes. Las transformaciones son mas profundas, alteran de manera irreversible nuestro ser, nuestro ADN (metafóricamente hablando) y esta es una diferencia esencial con el cambio. Cuando cambiamos en algo, seguimos manteniendo la posibilidad de regresar a como éramos antes, que lo hagamos o no, es otra cosa, pero siempre existe esa salida. En cambio, cuando nos transformamos, desaparece por completo la posibilidad de regresar a donde estábamos. Se me ocurre un ejemplo, cuando dos personas se unen y deciden vivir juntas; en ocasiones uno de los dos, o los dos incluso, pueden pensar que, si las cosas no funcionan, se regresan a vivir son su familia, y ese pensamiento está presente. Digamos que han cambiado, que están experimentando algo distinto, pero en sus mentes sigue presente su estado anterior, como un escape, como una puerta de salida que se mantiene latente, pero en cambio, si al tomar la decisión de vivir juntos, cancelan automáticamente la idea de regresar a la vida que están dejando, entonces podemos asumir que se está presentando en ellos una transformación. No importa si las cosas van bien o no, si la relación de pareja funciona o no. No regresaré a la casa de mi familia, por ninguna razón lo haré, y, es mas, esa idea desaparece, ni siquiera se piensa en ella. Este es un signo de la transformación en esas personas.
Una importante diferencia que encontramos en estos dos procesos es lo que se piensa, o mejor dicho el resultado de lo que se piensa. Un impulso importante para la transformación es la permanencia del presente y del futuro en nuestro pensamiento. Son muy pocas las referencias que hacemos al pasado y nuestra principal intención es la creación de un entorno distinto al que habitamos actualmente. Pero además de eso, la convicción es profunda, en el fondo de nuestro. ser se encuentra la decisión de crear algo que no conocemos, que lo imaginamos pero que no le hemos experimentado, que lo intuimos, pero no sabemos a ciencia cierta qué o cómo es. Pero esa curiosidad se convierte precisamente en la fuerza necesaria para producir la transformación. Se requiere una mentalidad orientada a la construcción continua más que a la búsqueda de algo concreto. Los estados de confusión, incluso de desesperanza son frecuentes en los procesos de transformación humana y organizacional, por eso se requiere no sólo la férrea voluntad de llegar a algo, sino lo más importante, la certeza absoluta de que pase lo que pase, no volveremos atrás, de que el único camino posible es hacia adelante.
La transformación produce conocimiento acerca de lo que vamos haciendo o experimentando.
Como no es un camino seguro, cada paso que damos nos entrega información que antes no conocíamos, y que una vez sintetizada y estructurada, se convierte en un conocimiento útil, tanto para las siguientes etapas del proceso como para aquellos que eventualmente intenten caminar por esta senda. Este es uno de sus grandes beneficios que, a nivel personal, desarrolla de manera equilibrada dos capacidades específicas: la creatividad junto con la posibilidad de moverse con efectividad en ambientes de ambigüedad y la estructura, el orden para sistematizar lo que vamos conociendo para dejarlo como legado para los que viene detrás. La mentalidad de alguien que se transforma, es la de un innovador, de un pionero que abre veredas inciertas y los convierte en caminos señalizados y seguros para otros. Como podemos observar, el camino de la transformación produce por sí mismo el resultado. No necesitamos una meta, la meta es el camino, es todo aquello que viviremos mientras avanzamos, lo más importante de todo esto no es lo que logramos, ni siquiera lo que aprendemos, sino en lo que nos convertimos.
La transformación requiere valorar la vida, la nuestra y la de los demás, sentir que no tiene un propósito por sí misma, y que una de las principales responsabilidades que tenemos, al adquirir conciencia de la belleza y de la oportunidad que se nos da al vivir, es dotarla de un propósito que le dé sentido. Esta es desde luego una tarea individual que cada quien asume con sus recursos y posibilidades, pero una manifestación de ese valor, es transformarla, convertirla en algo útil para uno mismo y para los demás. Es mantenerla en constante movimiento, con una dinámica permanente, incluso en los momentos de descanso. Surge, como ya dijimos con anterioridad, de la sana insatisfacción con lo que hemos sido y logrado hasta la fecha. Esa sensación de que mientras tengamos vida, tenemos oportunidades de hacer algo, de avanzar hacia algún lugar, de conocer algo hasta ahora desconocido. Pero ese avance no se da en línea recta, es decir en un sólo sentido y con un objetivo establecido. A mi entender, el desarrollo y la transformación que surge de manera natural, es como una red. Avanza en muchos sentidos, como si del centro surgieran fuerzas simultáneas que se multiplican en distintas situaciones. La versatilidad aparece como elemento distintivo y característica de las personas que se transforman.
Pero ¿dónde se produce esta transformación? ¿Existe un lugar y momento específico para ella? me parece que lo único que es especial, es el momento en el cual lo decidimos. A partir de ahí, todo lo demás transcurre en la cotidianidad, en el quehacer habitual de las personas, diríamos incluso en lo conocido, pero la decisión tomada en el primer momento, si se mantiene y permanece como fuerza para seguir adelante, nos hace estar más atentos y sensibles a las oportunidades de transformación que la vida nos ofrece a cada momento. Son muchos los ejemplos de personas que reportan que una vez que se decidieron por algo, empezaron a identificar en el medio ambiente, en su medio ambiente de todos los días, los recursos y las ocasiones propicias para actuar. Solamente tenemos que aprender a observar “fenómenos comunes con ojos distintos”. Estaban ahí, siempre han estado, pero, aunque parezca increíble, no los habíamos percibido, o bien los veíamos, pero el significado que les dimos fue otro muy distinto al que ahora les asignamos. Es curioso, pero una vez que entendemos lo anterior, pareciera que nuestros ojos se abren y nos damos cuenta de tantas cosas para las que antes estábamos simplemente ciegos.
Nuestra vida transcurre en la cotidianidad, en el hoy. De alguna forma, el pasado y el futuro, son abstracciones mentales necesarias para darle sentido a nuestro presente, y las necesitamos por supuesto. Pero si consideramos que ambas, son construidas en el presente, entonces su significado tiene que ver con lo que queremos hacer hoy. Si he tomado la decisión de cambiar o de transformar mi situación actual, el pasado y el futuro se vuelven recursos, elementos positivos y disponibles para hacerlo. Tal vez deba revisar y en su caso modificar las interpretaciones que hasta el momento mantengo de ambos pasado y futuro, pero al final, todo lo que hacemos es una expresión de nuestra vida cotidiana, de nuestro quehacer habitual.
Tal vez lo único que distingue lo que hago es, por un lado, los espacios funcionales donde la pregunta principal es el resultado que espero de ellos, y por otro, los espacios relacionales, es decir con quién y para quién los realizo. Un primer paso en los procesos de cambio y transformación es hacerse consciente de estos dos elementos y cuestionarlos. Los resultados de este tipo de reflexiones son, con mucha frecuencia, sorprendentes.
Porque muchas veces nos acerca a la respuesta de ¿cómo hacemos lo que hacemos? Es un enfoque práctico que responde desde la reflexión y la acción misma y en este acontecer de hechos continuos y congruentes, llegamos a una de las conclusiones más relevantes en toda esta reflexión, ¿cómo es que las cosas, las relaciones, las personas e incluso los resultados que obtenemos, llegaron a ser lo que son y a tomar la importancia que hoy tienen? Comprendiendo los procesos, podemos influir en ellos para acelerar el logro de ciertos resultados o modificarlos para obtener resultados distintos. Es la diferencia entre el aprender algo para obtener un resultado determinado y específico o el aprender algo para estar en condiciones de obtener cualquier resultado porque dominamos el proceso que nos acerca a ellos.
Me parece que la reflexión anterior nos muestra otra diferencia importante entre cambio y transformación, la que tiene que ver con los aprendizajes necesarios. Cuando quiero cambiar, necesito aprender para hacer ciertas cosas que me llevaran a determinado objetivo. Cuando aspiro a transformarme, aprendo para aprender a enfrentar lo inesperado, lo confuso. La preocupación sobre ¿cómo es que las cosas llegaron a ser lo que son? en lugar de ¿qué son las cosas? abre caminos de múltiples aprendizajes, por el hecho de que la pregunta tiene muchas respuestas. Estrictamente hablando no vamos a llegar a una respuesta certera, más bien, a partir de ciertos hechos evidentes, aprenderemos a elaborar distintas hipótesis, que nos sean útiles a la hora de enfrentar los retos desconocidos que demanda la transformación. No nos interesan las respuestas, sino los procesos reflexivos que provocan las preguntas.
EL CAMINO DE HÉROE
Es la historia más antigua del mundo. Está presente en todas las mitologías e historias del ser humano. Desde que tenemos memoria hemos narrado la misma epopeya con diferentes contenidos, fechas y situaciones específicas, pero arquetípicamente es lo mismo. Una historia de transformación a partir de una gran pérdida o incluso del destierro y olvido de una identidad propia. Una persona común, sin ningún atributo especial que lo distinga de los demás emprende el camino de la transformación, a veces de manera voluntaria, otras veces obligado por las circunstancias o iluminado por una fe interior que le muestra su misión en la vida. Es un camino difícil, lleno de obstáculos, enemigos y fantasmas que al final tiene el encuentro consigo mismo y con la grandeza que vive en el interior. Con esa fuerza, el héroe emprende el camino de regreso a su hogar o a donde lo necesitan, para mostrar a los demás el resultado de ese esfuerzo, gozar de los beneficios bien ganados e inspirar a otros para seguir ese camino.
Todas las luchas que este personaje enfrenta en su camino, lo marcan, le dejan huella y sobre ellas construye su grandeza. Su gran ventaja frente a los demás, es que ha estado en ese lugar, donde se enfrenta a la muerte y a la destrucción y ha salido victorioso, no sin pérdidas por supuesto, pero lo que gana en cada batalla es inmensamente superior a lo que pierde, de tal manera que a pesar de los sufrimientos y los dolores que experimenta, siempre tiene el saldo a favor. Esta continua batalla lo mantiene en forma y en camino de la transformación; no hay estabilidad ni calma, sólo por breves momentos para reflexionar sobre lo sucedido y para planear las siguientes acciones. Todo, absolutamente todo el camino de la transformación está marcado por dos acciones: la reflexión y la acción, en un círculo interminable que se alimenta a sí mismo. El viaje ha forjado héroes y heroínas desde tiempos inmemorables. Es tal su poder, que cualquiera que esté dispuesto a emprenderlo sale altamente beneficiado, sin importar quién o cómo era cuando lo inició. Estos viajes han sido considerados como viajes iniciáticos, es decir, que producen una enorme transformación y aprendizajes significativos para quien los realiza. La persona aprende a utilizar efectivamente los potenciales de su interior que no sabía que tenía. Es un viaje de descubrimiento de las riquezas externas del mundo que nos rodea y de las riquezas internas de quienes se aventuran en ellos.
Algunos de los más famosos han sido, por ejemplo: Gilgamesh, héroe de la epopeya sumeria, famoso por ser el protagonista del Poema de Gilgamesh, donde se cuentan sus aventuras junto a su amigo Enkidu y su búsqueda de la inmortalidad, tras la muerte de éste. Jasón, que está destinado a ser Rey de Tesalia, pero engañado por el usurpador Pelias, emprende el viaje, junto con los argonautas para encontrar el vellocinio de oro. En esta historia observamos, como incluso un hecho, que en su inicio contiene la intención de hacer mal, con el paso del tiempo y sobre todo, debido al poder del viaje, el héroe triunfa y en su camino se hace de aliados que le serán de mucha utilidad cuando asuma el trono que le corresponde y enfrente a los enemigos que aún le aguardan, porque incluso en el momento del triunfo, muchos de los que han sido presas del egoísmo o del resentimiento por el valor y lo logros de quien se transforma, aparecen como aparentes amigos que buscarán por malévolos medios, disminuir el éxito y la influencia positiva del héroe.
Otro personaje sin duda muy interesante es Moisés, quién dirigió el éxodo del pueblo hebreo hacia la tierra prometida. Sus orígenes son oscuros y poco conocidos, como la mayoría de los héroes, pero llegado un momento, la fe lo convierte y le muestra un camino hasta ahora desconocido para él. En este proceso de reflexión y auto-conocimiento, desarrolla las habilidades que necesita para cumplir su misión y emprende un trabajo de negociación y unión de tribus hostiles entre sí, para convencerlos de emprender juntos el camino hacia la Tierra Prometida. Si bien arquetípicamente la historia es muy similar a otras, tiene la diferencia de que el héroe, por decirlo así, es un colectivo, es el pueblo hebreo y no sólo su líder, el que aprenderá a base de duras lecciones la importancia de su Dios y sus leyes. Esto presupone, una transformación muy importante a nivel de grupos de personas que comparten las mismas vivencias. Sin embargo, la historia de Moisés tiene una particularidad muy especial, que vale la pena narrar, aunque sea someramente. A diferencia de muchos otros héroes, casi diríamos de la mayoría, al final y a pesar de todos sus esfuerzos y sus luchas internas y externas, no recibe el premio esperado, ni siquiera el retiro digno que todo héroe espera al final del camino. Por determinadas razones, una vez encontrada la Tierra Prometida y frente al final del camino, Dios le prohíbe entrar con el pueblo hebreo y lo condena a ver sólo desde lejos el Templo que los judíos construyeron en Jerusalén.
¿Qué es lo que ocurrió en este caso? Específicamente nos interesa el significado de los hechos que no necesariamente están conectados con el contenido espiritual de la historia. Desde los ojos de la transformación y su proceso, podríamos suponer que, en ocasiones, las tareas y los esfuerzos que deben realizar los pueblos, las familias, los grupos, incluso las empresas de hoy en día, son tan complejos y arduos, que es imposible que los lleve a cabo una sola persona.
Significa tal vez, que necesitamos héroes o guías para diferentes etapas del camino, y que la naturaleza humana, incluyendo los períodos de vida biológica, son insuficientes para completar las tareas en un sólo período. De igual manera, las características de cada período de transformación también pueden ser diferentes. En el caso de Moisés, probablemente Dios juzga que ya cumplió su objetivo y que ahora necesita otro tipo de dirigente para completar o continuar la tarea. Los caminos de la transformación son muy variados y muchas veces difíciles de entender. Esto me lleva a considerar la posibilidad de la existencia de muchos “héroes o heroínas” que tienen “pequeños papeles”, pero muy valiosos en los procesos de transformación social.
El mensaje de la transformación es, desde luego, positivo; se concentra en la capacidad de los seres humanos para cambiar, para “estar siendo” más que “ser de una manera”. Esa confianza se constituye en la esperanza de algo mejor, aunque el presente nos agobie. Sin esa posibilidad, nuestro sufrimiento sería eterno y constante, por la conciencia de la imposibilidad de cambiar.
Observando algunos casos nos damos cuenta de lo anterior, las luchas que las personas mantienen consigo mismas tratando de convencerse que son capaces de ser distintas, de llegar a ser héroes cuando se deciden a andar ese camino. La razón se vuelve un obstáculo cuando tratamos de entender el proceso antes de iniciarlo, ya que ese deseo de comprensión, no es otra cosa que el disfraz de un miedo a fracasar. La vida es un misterio, no desperdicies tu tiempo tratando de entenderla, vívela y en el camino entenderás la importancia de no querer entenderlo todo.
La conciencia de que lo importante es el camino, es el corazón de la transformación. Es una idea sencilla pero poderosa, que te evita sufrir de manera innecesaria por lo que haces, pensando que sólo tiene sentido si alcanzas la meta. Y lo peor es que cuando lo logras, si es que lo alcanzas, aun así sufrirás porque no puedes conservarlo para siempre. Con la idea del camino, lo que quieres conservar es tu capacidad para caminar, y esa sí es tuya, no es de nadie más. Hemos causado mucho daño poniendo el énfasis solamente en el resultado, considerando que las acciones y los esfuerzos solamente se validan si nos llevan a un objetivo previamente definido.
Hemos ignorado por completo el poder de las acciones en el ser de las personas, su influencia en la capacidad para seguir produciendo y seguir creciendo. Cuesta trabajo entender tanta torpeza y necedad, a menos que, claro está, sus intenciones sean otras, exactamente diferentes a las que hemos estado mencionando. El enfoque de que sólo el resultado cuenta, es la mejor alternativa cuando lo que queremos es evitar el crecimiento y la transformación, y cuando lo que buscamos es que las cosas y las personas tengan la sensación de que cambien y aprendan, para que al final, todo siga igual.
LA ILUSIÓN DEL CAMBIO
Pero no podemos olvidar las paradojas y los auto-engaños. Cuando cambiamos, ¿qué tanto cambiamos? ¿Existe realmente esa transformación de la que tanto hemos hablado? No es fácil responder, pero al menos debemos estar alertas contra los cambios superficiales que esconden un enorme miedo a lo desconocido. Hacer como que cambiamos es la mejor defensa frente a todos aquellos que nos invitan a ser diferentes, porque al menos lo estamos intentando, pero mucho de ello son solamente ilusiones que tarde o temprano nos regresarán al lugar del que partimos, o del que nunca nos hemos separado. Imaginemos que estamos en una habitación y en ella hemos vivido durante mucho tiempo y por las razones que usted quiera, queremos hacer algunos cambios. Una posibilidad es cambiar el orden de los muebles viejos, colocarlos en distintos lugares, incluso hasta lavarlos y pintarlos de otros colores. Otra opción es sacar los muebles viejos y comprar nuevos, de distintos estilos y con aire de modernidad. Una tercera opción es derrumbar el edificio, eliminar los escombros y construir otra casa totalmente nueva, con más espacio libre, jardín y muchas otras instalaciones que nos hacen pensar que estamos en un lugar totalmente distinto al que habitábamos con anterioridad.
Si analizamos con detalle, los dos primeros cambios son ilusorios. El tercero implica una transformación casi total, ya que para lograrla es preciso percibir e interpretar de manera muy distinta el espacio que habitamos. Esta es otra de las características importantes de los procesos de transformación, ya que afectan drásticamente nuestra manera de percibir al mundo y en consecuencia la forma en que intervenimos en él. Después de una transformación así, muchos paradigmas cambian, nuestras interpretaciones son otras, y nuestra manera de relacionarnos es muy diferente a nuestros hábitos anteriores. No hay vuelta de hoja, para hacer cambios drásticos y permanentes, es necesario modificar nuestra forma de pensar y de sentir, lo cual en un principio no resulta agradable, porque nos expulsa de lo conocido, de nuestra zona de control donde sabemos que sabemos y controlamos lo que está a nuestro alcance. Es la antesala de una crisis y esto duele y provoca un sufrimiento transitorio necesario para el crecimiento. Es un proceso lento que nos exige profundizar en el ser y no sólo en el hacer.
El cambio es permanente y a cada momento se producen modificaciones en las percepciones, pero ¿sabemos hacia dónde va? Me parece que no y además que no lo sabremos. La fe y la esperanza en un destino teleológico, nos ayuda a sobrellevar los procesos de cambio, pero en el fondo es probable que no exista salvación, que el cambio no existe y que solamente es la ilusión que proviene de una necesidad humana de moverse. Quiero, para terminar estas reflexiones, tomar las palabras de dos grandes sabios de la historia, empecemos con Hegel, “En alguna parte, todos los grandes hechos y personajes de la historia aparecen dos veces, una como tragedia y la otra como farsa” y después los pensamientos de Karl Marx, “La tradición de todas las generaciones muertas, oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos se dedican a transformarse y transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria, es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio, los espíritus del pasado; toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra y su ropaje, para con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal”. Es la manifestación más pura del pesimismo que a pesar de sí mismo, espera la magia de la transformación.
Muchas gracias,
A cerca del autor
José Zendejas Hernández
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Coaching ha sido uno de los mayores descubrimientos en mi vida.
Se ha convertido en mi filosofía. Es una oportunidad de crecimiento
personal y profesional y una manera de servir a los demás.
Hola... Pensar en lo siguiente: a) Cambiar a tu novio y b) Transformar a tu novio. Me parece que lo explica de una forma simple.